(Crónica aterrada de la 28ª edición del Festival de Cine Fantástico de Málaga – FANCINE 2018)
Fotografía de Lorenzo Hernandez
El miércoles 14 de noviembre empezó
en Málaga, en el cine Albéniz, una nueva edición del Festival de Cine
Fantástico, el FANCINE, organizado por la Universidad de Málaga. En los últimos
años, el espectro de lo que se considera “género fantástico” se ha ampliado
considerablemente y, de hecho, esa denominación va cediendo paso al concepto
mucho más amplio de fantastique que
engloba el cine estrictamente fantástico, el de terror, el thriller y muchas manifestaciones de cine de autor que, huyendo del
más estricto realismo, se ubican en territorios imaginativos e indefinibles que
desafían las convenciones más arraigadas y, aparentemente, inamovibles
(pongamos a David Lynch como ejemplo actual bien significativo). Por ello, cada
encuentro con una película englobada en esta categoría y, en particular, cada
encuentro con cada una de las películas de este certamen ha sido adentrarse en
relatos inesperados que se han desarrollado por cauces que no sabíamos, de
antemano, cómo iban a discurrir.
Y esta sensación de
imprevisibilidad estuvo presente desde la propia ceremonia de apertura del
Festival, que fue muy diferente a cualquier evento de similares
características. Empezó con una muy peculiar procesión, encabezada por la
presidenta del Comité de Dirección del Festival, doña Tecla Lumbreras,
vicerrectora de Cultura y Deporte de la Universidad de Málaga, vestida con un
kimono, y por una figura sin rostro que, elevado a la categoría de icono
representativo del cine de terror, se convirtió en maestro de ceremonias del
acto.
Fotografía de Lorenzo Hernandez
Y resultaba “lógico” que esa
figura no tuviera rostro porque, según sus palabras, la 28ª edición del FANCINE
iba a dar cabida a esa tendencia cada vez más presente de que las películas
deconstruyan los géneros y, con los materiales procedentes del derribo, hacer
historias que sean las mismas pero diferentes, con matices novedosos y
reflexiones insospechadas, donde pasamos, sin solución de continuidad, del
humor a la tragedia o, mejor, no sabemos si, en una misma escena, hay que
decantarse por uno u otra y si hay que reír o estremecerse (por lo que nuestro
rostro de espectador sería una máscara sin gestos dibujados en ella).
Fotografía de Lorenzo Hernandez
Todo es incierto, todo se ha vuelto borroso en el mundo actual y el fantastique ni iba a ser una excepción ni iba a dejar de ser reflejo de ese estado de ánimo. De hecho, estábamos muy tranquilos porque, con la presencia de la ceremonia de apertura de la vicerrectora de la Universidad de Málaga, no creíamos que pudiera haber ningún peligro. Además, la sesión musical inicial, con dos bailarinas danzando al ritmo de sintonías de dibujos animados japoneses (el Festival estaba dedicado este año a Asia, con tres secciones estrella: “Asia en las venas”, “Classic Asia” y “Ciclo Ghibli: Camino a Fancine”), hizo que nos invadiera una extraña (y, en última instancia, fantasmagórica) serenidad. ¿Por qué fantasmagórica?
Las bailarinas
japonesas y la tranquilidad de los espectadores en la sala de cine no
presagiaban lo que iba a ocurrir… (Fotografía: Lorenzo Hernandez)
Fotografía de Lorenzo Hernandez
No solo eso, sino que ese mismo
personal luchó sobre el escenario para impedir que todos acabáramos prisioneros
en un territorio dominado por los no-muertos, pero fue inútil: todos fueron
diezmados sin que pudieran oponer resistencia.
Fotografías de Lorenzo Hernandez
Antes de que nos diéramos cuenta, las autoridades habían perdido el control de la situación y las fuerzas oscuras tenían el dominio absoluto de la sala, del cine y de todas las calles adyacentes.
Fotografías de Lorenzo Hernandez
Ahora, no podemos salir de aquí. Nuestra única opción es superar todas las pruebas que nos obliguen a hacer y salir indemnes de ellas para que nos acaben dando el pasaporte que haga posible volver a la realidad. ¿Lo conseguiremos o no? Sigan las tres partes de estas crónicas y conocerán la respuesta a tan inquietante pregunta.
Fotografías de Lorenzo Hernandez
La primera prueba que tuvimos que pasar, en la misma
jornada de inauguración, vino de la mano del cine coreano y del realizador Huh
Jong-ho, que nos introdujo en las luchas de poder en Corea en torno al año 1527.
Gobernaba por aquel tiempo en la península coreana la dinastía Joseon, siendo
el monarca reinante Jungjong quien, habiendo llegado al trono tras que su medio
hermano Yeonsangun fuera depuesto, se enfrentaba, a su vez, a complejas
conspiraciones internas que también intentaban derribarle, lideradas por su
primer ministro, Sim Woon. Monstrum es una película donde prima la
acción y el humor trepidantes pero que permite trazar un paralelismo
sorprendente entre algunas de las estrategias políticas de un pasado remoto con
las aplicadas en la época actual: efectivamente, los rumores y noticias
divulgados por los enemigos del monarca sobre la presencia de un monstruo
aterrador guardan un enorme paralelismo con las intoxicaciones informativas y
las fake news que tanto han dado que
hablar en los últimos tiempos. Lo que sucede es que, como ocurre en tantas
películas fantásticas y de terror, lo que parecía existir solo en nuestras
mentes se acaba convirtiendo en una realidad de carne y hueso que acaba
amenazando nuestra existencia.
Resultado de la
prueba #1: Logramos
pasar unos cien minutos bastante divertidos y con ganas de seguir adelante en
nuestro recorrido por el certamen. Llegamos a pensar que sería relativamente
fácil escapar del territorio zombie en que nos habíamos metido pero las
siguientes pruebas no iban a ser tan sencillas…
Escena de Monstrum
SEGUNDA PRUEBA: Resolver las desapariciones en un camping francés. Les fauves (2018) de Vincent Mariette.
Escena de Les fauves con Lily-Rose Depp (hija de
Vanesa Paradis y Johnny Depp) y Laurent Laffite
La siguiente estación del trayecto fue en un camping francés donde las desapariciones de varios jóvenes y el temor a la presencia de un presunto leopardo en los alrededores crean un opresivo ambiente de temor e inquietud. Esta película de Vincent Mariette parece guardar, en algunos momentos, conexión con el mundo narrativo de Julio Cortázar ya que la presencia de lo vulgarmente realista y la irrupción inesperada de lo inexplicable acaban conviviendo en singular e incómodo emparejamiento. Al mismo tiempo, también coexisten en Les fauves un ambiente inicial cercano al de una película de adolescentes pero que acaba adentrándose en terrenos oscuros y ambivalentes que tienen como eje a las relaciones de la chica protagonista (Lily-Rose Depp) con un escritor de esquinadas intenciones (Laurent Laffitte), con su extraño primo y con la peculiar policía que está investigando el caso de las desapariciones (Camille Cottin), y que también esconde un tenebroso secreto en su biografía. La retorcida atmósfera de la película se ve reforzada por los fogonazos de una sexualidad reprimida que parece siempre dispuesta a aflorar pero que se mantiene siempre oculta y latente, quizás como el leopardo que constituye el gran macguffin de la trama.
Resultado de la prueba #2: El inquietante clima que envuelve el
film a lo largo de su metraje se rompe al final por un énfasis, pensamos que
equivocado, en hallar una solución racional al misterio y una especie de happy end o redención (algo ingenua) a
unos personajes cuyo territorio natural parecía ser el de la ambigüedad y la
incertidumbre.
Escena de Les fauves
TERCERA PRUEBA: Llevar a buen término una misión especial de dudoso destino. High Life (2018) de Claire Denis.
Robert Pattinson (al igual que le
pasa a Kristen Stewart) parece ir eligiendo sus papeles y las películas en las
que participa de modo que estén lo más alejados posible de su personaje en la
saga Crepúsculo y del perfil
seudorromántico de la misma. Y, así, lo hemos visto de aprendiz ambicioso de
periodista en Bel Ami, historia de un
seductor (2012) de Declan Donnellan y Nick Ormerod, de ejecutivo con la
próstata asimétrica en Cosmópolis (2012)
de David Cronenberg, de Lawrence de Arabia en La reina del desierto (2015) de Werner Herzog, interpretando a dos
personajes (aunque esto solo lo sabíamos al final – y no crean que es un spoiler–) en La infancia de un líder (2015) de Brady Corbet, de fotógrafo que
retrata las imágenes icónicas de James Dean en Life (2015) de Anton Corbijn o de acompañante de una exploración
que se convierte en obsesiva en Z, la
ciudad perdida (2016) de James Gray. Ahora, lo vamos a ver en algo que,
para resumir y no revelar más de la cuenta, podemos decir que es un “rollo
chungo”: un grupo de personas (a lo largo del film veremos qué tienen en común)
son enviados a una misión espacial donde acaba primando la sordidez y los instintos
más primarios y oscuros. Con una Juliette Binoche que interpreta a un
inquietante personaje que se mueve entre arquetipos trágicos, empezando por
Medea y terminando con el Júpiter que logró introducirse en la alcoba de Danáe,
y una Mia Goth que cada vez seduce más en pantalla por su presencia enigmática
y turbadora, la realizadora Claire Denis lograr crear una película
“atmosférica” en la que prima la minuciosa y reflexiva descripción de un clima asfixiante
y pesimista frente al desarrollo de una trama argumental intensa,
convirtiéndose en un eco de 2001: una
odisea del espacio, solo que sin moraleja abierta a un futuro luminoso.
Resultado prueba #3: Nos convencieron las interpretaciones y la
factura visual del film pero creemos que el elemento más interesante del
argumento (y el que podía proporcionar más sustancia a la película), esto es,
la relación del protagonista con su hija y las implicaciones de la misma en su
encrucijada personal, se queda apenas sin desarrollar y sin que el relato
profundice en él.
Robert Pattinson en High Life
Sabíamos que la cuarta prueba de
nuestro camino para salir del territorio zombie en que habíamos quedado
atrapados no iba a ser nada fácil. Nos íbamos a encontrar con Pascal Laugier,
el director que nos había hecho estremecer con Martyrs (2008) y que nos hizo reflexionar sobre los mecanismos del
terror en El hombre de las sombras (2012),
y que nos lleva en Ghostland a un
territorio donde se entrecruzan El
resplandor (1980) de Stanley Kubrick, La
matanza de Texas (1974) de Tobe Hooper, Viernes
13 (1980), Cujo (1983) de Lewis
Teague y Misery (1990) de Rob Reiner.
Aquí, una familia compuesta por la madre y sus dos hijas adolescentes llega a
la tenebrosa casa de una tía recientemente fallecida y va a tener que lidiar
con las consecuencias del ataque de una pareja de psicópatas. Aunque parezca
una película llena de tópicos y estereotipos, en realidad, y tratando el tema
de fondo de El hombre de las sombras desde
otro punto de vista, lo que hace Pascal Laugier es tomar toda una serie de
lugares comunes del terror (más concretamente, del terror nacido de la pluma de
Stephen King) para desmenuzarlos (“deconstruirlos”, diríamos en el argot de la
posmodernidad) y ponerlos en tela de juicio y someterlos a implacable crítica.
En ese sentido, creo que el cautiverio del que vamos a ser testigos en el film
viene a ser una metáfora de los esquemas del terror en que estamos encerrados y
que, quizás, debamos ya superar con decisión para dejar paso a nuevas opciones
narrativas. Por desgracia, la película parece acabar teniendo miedo de llevar
esa apuesta hasta sus últimas consecuencias y el desenlace se acaba
desenvolviendo en unos parámetros rutinarios y convencionales.
Resultado prueba #4: Aunque no nos acabó convenciendo el acabado
final de la propuesta de Laugier (otra cosa es que la aparición espectral de
Lovecraft hubiera dislocado toda la narración, hubiera puesto los puntos sobre
las íes y hubiera dicho lo contrario de lo que dice, pero parece que alguien
tuvo miedo de elegir la opción más coherente con el planteamiento inicial del
film) pero logramos sobrevivir y seguir conservando esperanzas para escapar del
territorio en el que habíamos caído prisioneros…
QUINTA PRUEBA: Salir airoso de un juego sadomasoquista. Piercing (2018) de Nicolas Pesce.
En algunos tramos, Piercing adopta el formato de pantalla partida tal como suele hacer Brian de Palma en algunos de sus títulos. Este film de Nicolas Pesce también comparte con el estilo de aquel director norteamericano su aire enfermizo y malsano, ese aire que tanto incomodaba en películas como Vestida para matar (1980), Impacto (1981), El precio del poder (1983) o Doble cuerpo (1984). Este aire de película políticamente incorrecta, más propia de la década de los 80 que de los cada vez más pacatos tiempos actuales, también se observa en ese toque un poco a lo Polanski, con esos escenarios cerrados y un elenco reducido de personajes que parecen coquetear con su propia autodestrucción, tal como vemos en El cuchillo en el agua (1962), Repulsión (1965), Callejón sin salida (1966), La muerte y la doncella (1994), Un dios salvaje (2011) o La venus de las pieles (2013). En Piercing, Christopher Abbot interpreta a un psicótico que contrata con aviesas intenciones los servicios de una prostituta (Mia Wasikowska) para practicar con ella un juego sadomasoquista. Los acontecimientos evolucionarán de forma imprevisible y la moraleja parece apuntar a que la deshumanización del contexto en que nos movemos nos acaba contagiando y privando de toda empatía, sensibilidad y respeto hacia nosotros mismos… Quizás, uno de los mensajes más aterradores de todo el certamen. Aunque aún quedaba una propuesta aún más terrible. Sigan leyendo para comprobarlo…
Resultado prueba #5: Logramos salir vivos de un juego tan peligroso
como incierto aunque casi nos atrapa en sus fauces esta excelente película
llena de tensión y angustia.
Christopher Abbot y,
de fondo, Mia Wasikowska en Piercing
SEXTA PRUEBA: Escapar vivos de un psicópata despiadado. The House That Jack Built (2018) de Lars von Trier.
Nuestra siguiente prueba había que enmarcarla con palabras mayores: LA ÚLTIMA PELÍCULA DE LARS VON TRIER. El nombre del director danés (vapuleado, denostado, alabado, ensalzado…, todos los extremos posibles que ustedes puedan imaginar) atrajo a gran cantidad de público a la sala, que se llenó, expectante ante las noticias que habían llegado sobre la película procedentes de proyecciones en otros festivales y certámenes y que giraban en torno a su brutalidad y sobre lo descarnado de muchas de sus secuencias. La realidad es que Lars von Trier no defraudó y ofrece una película de dos horas y media que se convierte en un retrato implacable y hasta riguroso (la evolución del protagonista probablemente pasaría por los postulados de la ciencia criminológica sobre el tema) de un psicópata despiadado (soberbiamente interpretado por Matt Dillon) que va acumulando víctimas en su historial, pretendiendo convertir cada asesinato en una especie de obra de arte.
Lars von Trier nos sirve una de
las mejores películas de su carrera en la que, sin despojarse de su habitual
tendencia a la grandiosidad (con ese epílogo majestuoso que se convierte, sin
duda, en una de las cumbres de toda su obra) e incidiendo en muchos de sus
temas preferidos (la vida en un mundo desprovisto de creencias a las que
aferrarse, la violencia como fruto de una cultura centrada únicamente en el
éxito individual y que conduce, por ello, a la frustración y a la ira, el
individuo que no encuentra cauces para desplegar su personalidad en un entorno
gris y vacío, el retrato de una sociedad donde no hay cabida para la
sensibilidad ni el respeto al otro, los mecanismos de la opresión y la
esclavitud), logra hacer una obra original, poderosa y sorprendente que, según
el momento, nos enfurece, nos conmueve, nos desconcierta y nos estremece hasta
llevarnos a un desenlace que nos hará reflexionar hasta mucho tiempo después de
acabada la película.
Resultado prueba #6: Sobrevivimos a Lars von Trier. Poco más hay que
decir…
Y hasta aquí, nuestra crónica de los tres primeros días del FANCINE. ¿Lograremos salir del territorio zombie en que seguimos estando prisioneros? Sigan leyendo nuestras crónicas y lo descubrirán…
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